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Diferencia entre revisiones de «Gertrude Bell»

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== Arqueóloga ==
== Arqueóloga ==
En 1907, la exploradora descubre unas ruinas. Elabora un plan y describe los alrededores fortificados de [[Mumbaqat|Mumbayah]] «donde se montaron mis tiendas y donde el nombre árabe significa literalmente "lugar elevado"; era probablemente el « Bersiba » de la lista de nombres establecida por [[Ptolomeo]]. Este lugar se compone de un doble terraplén situado sobre la ribera del río». Gertrude Bell calculó mal la localización de [[Bersiba]], pero identificó, por la toponimia del lugar, la significación del nombre de este promontorio en ruinas, participando en el descubrimiento de esta ciudad oriental. En un rectángulo de gran dimensión se encuentran las ruinas de una ciudad muy fortificada, a la que hacen referencia documentos y estudios elaborados en 1964, cuando se inspeccionó esta zona. En 1968 la sociedad alemana Deutsche Orient solicitó el permiso de excavación del montículo de ruinas<ref>[[Alfred Werner Maurer]] : Mumbaqat 1977, Bericht über die von der Deutschen Orient-Gesellschaft mit Mitteln der Universität Saarbrücken unternommene Ausgrabung. Philologus Verlag, Bâle, 2007.</ref>
La mayor parte del trabajo arqueológico de Bell, es descriptivo: localizaba los yacimientos, a menudo inéditos, los describía y los documentaba con cientos de fotografías. Amanda Adams llega a decir que no participó en una campaña de excavación propiamente dicha. Pero no es del todo exacto. En 1907 codirigió junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, situado en Anatolia. La ciudad era conocida como la de 'las mil y una iglesias'. Estos templos, de los que ya solo queda apenas una docena, fueron el centro de atención de los dos excavadores, que en realidad se dedicaron a despejar las estructuras más notables para su estudio arquitectónico sin tener en cuenta ninguna estratigrafía. Ramsay, que había visitado el yacimiento por primera vez acompañado de Sir Charles Warren en 1882, escribió que, "en nuestras excavaciones, nunca profundas, no encontramos ningún artículo que mereciera recogerse". La exploradora descubre unas ruinas. Elabora un plan y describe los alrededores fortificados de [[Mumbaqat|Mumbayah]] «donde se montaron mis tiendas y donde el nombre árabe significa literalmente "lugar elevado"; era probablemente el « Bersiba » de la lista de nombres establecida por [[Ptolomeo]]. Este lugar se compone de un doble terraplén situado sobre la ribera del río». Gertrude Bell calculó mal la localización de [[Bersiba]], pero identificó, por la toponimia del lugar, la significación del nombre de este promontorio en ruinas, participando en el descubrimiento de esta ciudad oriental. En un rectángulo de gran dimensión se encuentran las ruinas de una ciudad muy fortificada, a la que hacen referencia documentos y estudios elaborados en 1964, cuando se inspeccionó esta zona. En 1968 la sociedad alemana Deutsche Orient solicitó el permiso de excavación del montículo de ruinas<ref>[[Alfred Werner Maurer]] : Mumbaqat 1977, Bericht über die von der Deutschen Orient-Gesellschaft mit Mitteln der Universität Saarbrücken unternommene Ausgrabung. Philologus Verlag, Bâle, 2007.</ref>


La aproximación al estudio de la arquitectura de Binbirkilise "fue sistemática y disciplinada" por parte de Ramsay y Bell, explican Robert G. Ousterhout y Mark P. C. Jackson en la introducción de una reciente edición de 'The Thousand and One Church' (Universidad de Pensilvania, 2008), el libro que documenta la expedición, publicado en 1909. Sus partes II y III son obra de Bell en solitario. En ellas describe al detalle las iglesias bizantinas del yacimiento y establece su tipología y una secuencia cronológica de su construcción. Las partes I y IV del libro son de Ramsay. Se ocupan de cuestiones históricas y geográficas, además de comentar otros monumentos del yacimiento y sus partes más antiguas, que se remontan a época hitita. A pesar de que el número de páginas escritas por Bell es muy superior al de las de Ramsay, la firma de él va por delante.
Cuando la situación de Irak se estabilizó, Gertrude Bell comenzó a reunir lo que hoy constituyen las colecciones del Museo Arqueológico de Bagdad, al principio habilitadas en las salas del palacio real. Dirige las excavaciones y examina los hallazgos. A pesar de la oposición europea, insiste en que los tesoros encontrados se queden en su país de origen, asegurándose así que su museo se constituiría en una colección de antigüedades locales. Dicho museo abre sus puertas oficialmente en junio de 1926 y llegará a ser más tarde el [[Museo Nacional de Irak|museo nacional de Irak]]. Tras su muerte, su testamento permitiría la creación de la Escuela Británica de Arqueología de Irak.

=== Sociedad ===

= La reina del desierto =

== Viajera, arqueóloga y espía, Gertrude Bell pasó de describir ruinas bizantinas a participar en la creación de Irak, cuyas fronteras actuales ayudó a trazar ==
JULIO ARRIETA @JULIOARRIETASANSábado, 26 abril 2014, 11:31

 

Gertrude Bell se lanzó a recorrer el mundo para huir de la encorsetada sociedad victoriana y acabó convertida en la mujer más poderosa del Imperio Británico. La aventurera inglesa fue exploradora, escritora, fotógrafa, alpinista, etnógrafa, espía, geógrafa, administradora política y diplomática. Y también arqueóloga. Aunque la importancia de su papel en la creación del estado de Irak hace que su trabajo arqueológico quede en un segundo plano, o a veces ni se mencione, ella siempre lo consideró el eje de su vida viajera. "El sendero de la arqueología me llevó hasta la puerta de los jeques", escribió Bell, a la que en ocasiones se ha llamado la 'Lawrence de Arabia femenina', cuando lo más justo sería decir que Lawrence, casi veinte años más joven que ella y que la admiró, fue 'el Gertrude Bell masculino'.

Gertrude Margaret Lowthian Bell, la 'hija del desierto', 'la reina sin corona de Mesopotamia', 'la tigresa de Irak', nació el 14 de julio de 1868 en Washington Hall, Durham (Inglaterra), en una familia y un entorno que no tenían nada que ver ni con desiertos, ni con reinas, ni con tigres. Fue la primera hija del matrimonio formado por Sir Hugh Bell y Mary Shield Bell. La familia era muy rica. Poseía la sexta fortuna de Inglaterra, que había sido amasada por el abuelo, Sir Isaac Lowthian Bell, propietario de varias fundiciones, y engordada por el padre, Hugh Bell, que mantuvo el negocio bien rentable y saneado. Durante su infancia, Gertrude disfrutó de todas las ventajas y comodidades propias de la alta sociedad británica de finales del siglo XIX. La muerte de su madre, después de dar a luz a su segundo hijo, cuando Gertrude tenía 3 años, afectó mucho a la niña y reforzó la unión con su padre, que se mantuvo firme a lo largo de toda su vida. "No creo que alguna vez me sienta sola, aunque la única persona a la que a menudo echo de menos es papá", escribió en una carta durante uno de sus viajes. Sir Hugh volvió a casarse cuando la pequeña contaba siete años. Florence, la madrastra de Gertrude, era una joven de 24 años aficionada a escribir cuentos infantiles y obras de teatro, con la que la niña se encariñó enseguida y que acabaría siendo su segunda confidente después de su padre.

A pesar de que consideraban que una joven de su posición no debía recibir una educación que fuera mucho más allá de las lecciones de piano, los Bell se preocuparon por que Gertrude tuviera estudios. Después de asistir al Queen's College de Londres, y por recomendación de su tutor, la joven estudió en la Universidad de Oxford, a la que llegó con 17 años y en la que se convirtió en la segunda mujer en pasar un examen de grado. Concluyó su carrera de historia moderna -que entonces abarcaba prácticamente todo desde el mundo antiguo hasta el siglo XVIII- en dos años (uno menos de lo habitual) con honores de primera clase ('first class honours'). Un reconocimiento informal, pues nunca recibió ningún título: Oxford no los dio a las mujeres hasta 1920.

Al acabar sus estudios, Bell se quedó en una especie de 'fuera de juego social'. Su franqueza y su inteligencia desbordante parecían espantar a cualquier posible pretendiente. No había ninguno a su altura. Todos le parecían aburridos o medio idiotas. Convertida en una 'soltera difícil', la joven decidió ver mundo para escapar de una sociedad que le resultaba opresiva y limitada. "Fue en 1892, a la edad de 24 cuando tuvo su primer contacto con el Oriente Próximo", detalla Amanda Adams en 'Ladies of the Field: Early Women Archaeologists and Their Search for Adventure' (Greystone Books). Su destino fue Persia, hoy Irán. Este fue el primero de una serie asombrosa de viajes, todos pagados gracias a las arcas familiares, que incluyó dos vueltas al mundo (de 1897 a 1898 y de 1902 a 1903). La mayor parte transcurrieron por el Oriente Próximo, sobre todo en Mesopotamia, aunque también viajó por Turquía, Siria, Palestina y Arabia. Bell no solo atravesó desiertos: fue una alpinista extraordinaria. Escaló en las Montañas Rocosas y en los Alpes, en los que sobrevivió a un accidente colgada del extremo de una cuerda durante 53 horas, en plena ventisca con tormenta eléctrica incluida.

La 'H' aspirada

Bell se interesó por la arqueología desde el inicio de su vida viajera. Llevaba una cámara Kodak y empezó a retratar todas las ruinas que veía, como se puede apreciar en las numerosas imágenes que iluminan su primer libro, 'Syria: the desert and the sown' (1907). Una estancia de siete meses en Jerusalén le permitió demostrar su habilidad para aprender idiomas que, según sus amigos, "se tragaba como aspirinas", tal y como detalla Cristina Morató en 'Las damas de Oriente: grandes viajeras por los países árabes' (Debolsillo). Hablaba persa, francés y alemán, entre otros, y acabó dominando el árabe y muchas de sus variantes dialectales. Aunque parece que al principio esta lengua se le resistió: "Hay por lo menos tres sonidos casi imposibles para una garganta europea. El peor, en mi opinión, es una 'H' muy aspirada. Solo puedo pronunciarla sujetando mi lengua con un dedo. Pero claro, no puedes mantener una conversación con un dedo metido en la garganta, ¿no?", le escribió a su padre.

Bell empezó a publicar artículos en los que describía las ruinas y yacimientos que encontraba en la 'Revue archéologique', que editaba Salomon Reinach, al que conoció en París en 1904, un año antes de iniciar otra expedición a Líbano. Bell viajaba sola. Sin compañeros occidentales, se entiende, porque solía contratar guías y sirvientes locales, por lo que se desplazaba con un pequeño grupo de asistentes que, si se torcían las cosas, se convertían en escoltas. Procuraba disfrutar de ciertas comodidades, así que se desplazaba con gran cantidad de baúles que contenían desde polvo antipulgas hasta una bañera desplegable, además de vestidos y una vajilla completa. Bell nunca se disfrazó de hombre para evitar problemas, como sí hicieron otras viajeras de la época, y de hecho siempre llevaba falda, incluso al montar a caballo, pues se negaba a usar pantalones.

Semejante personaje llamaba la atención en el Oriente Próximo de principios de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero en su caso fue para bien. Su exotismo atrajo a los jeques y jefes tribales. Morató explica que "sus temerarias expediciones en solitario la habían hecho famosa y todos querían conocerla, algo que la hacía sentirse importante". En una carta desde Bagdad, la aventurera explica a su familia que "en este país soy alguien. ¡Soy alguien! Parece que una de las preguntas que todo el mundo le hace a los demás es '¿ha conocido usted a la señorita Gertrude Bell?'"

La mayor parte del trabajo arqueológico de la viajera es descriptivo: localizaba los yacimientos, a menudo inéditos, los describía y los documentaba con cientos de fotografías. Amanda Adams llega a decir que no participó en una campaña de excavación propiamente dicha. Pero no es del todo exacto. En 1907 codirigió junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, situado en Anatolia. La ciudad era conocida como la de 'las mil y una iglesias'. Estos templos, de los que ya solo queda apenas una docena, fueron el centro de atención de los dos excavadores, que en realidad se dedicaron a despejar las estructuras más notables para su estudio arquitectónico sin tener en cuenta ninguna estratigrafía. Ramsay, que había visitado el yacimiento por primera vez acompañado de Sir Charles Warren en 1882, escribió que, "en nuestras excavaciones, nunca profundas, no encontramos ningún artículo que mereciera recogerse".

La aproximación al estudio de la arquitectura de Binbirkilise "fue sistemática y disciplinada" por parte de Ramsay y Bell, explican Robert G. Ousterhout y Mark P. C. Jackson en la introducción de una reciente edición de 'The Thousand and One Church' (Universidad de Pensilvania, 2008), el libro que documenta la expedición, publicado en 1909. Sus partes II y III son obra de Bell en solitario. En ellas describe al detalle las iglesias bizantinas del yacimiento y establece su tipología y una secuencia cronológica de su construcción. Las partes I y IV del libro son de Ramsay. Se ocupan de cuestiones históricas y geográficas, además de comentar otros monumentos del yacimiento y sus partes más antiguas, que se remontan a época hitita. A pesar de que el número de páginas escritas por Bell es muy superior al de las de Ramsay, la firma de él va por delante.

Hay que subrayar que la arqueología a la que se incorpora la exploradora inglesa es una disciplina en formación. Y más todavía en Oriente Próximo. Sus practicantes occidentales -ingleses, alemanes, franceses...- se han formado excavando yacimientos romanos, asentamientos de la Edad del Hierro y túmulos neolíticos en sus países de origen. En el mejor de los casos, han adquirido experiencia en Egipto. En Siria y Mesopotamia se enfrentan a un tipo de yacimiento para el que no se ha desarrollado aún una metodología específica: se trata de inmensos tells, yacimientos inabarcables que ocupan kilómetros de extensión y alcanzan alturas de decenas de metros. Alturas que cubren acumulaciones de etapas de ocupación que pueden llegar a abarcar desde el Neolítico a la Edad Media sin solución de continuidad. A veces, la 'cumbre' sigue siendo un pueblo habitado. En otras, hay un cementerio árabe con tumbas de santos que no conviene ni rozar. Cada excavador aprende por su cuenta y desarrolla sus propios métodos, a menudo a costa de la destrucción de yacimientos enteros, algunos de los cuales llegan a la década de los años 20 convertidos en auténticos patatales -como escribirá Mortimer Wheeler-. Trabajan con grupos numerosísimos de obreros y cada director desarrollará sus manías y métodos para manejarlos. El trato oscila entre el paternalismo en el mejor de los casos y la tiranía en el peor; el fondo es siempre colonialista.

Se discute sobre la conveniencia de recompensar con una propina extra a los trabajadores locales que den con un hallazgo notable, o sobre separarlos o no por grupos tribales, o sobre los castigos en público a los revoltosos, o sobre la necesidad de usar armas para defenderse de los nativos. En muchos yacimientos, los arqueólogos llevan revólver o un rifle. En Karkemish (en la frontera entre Turquía y Siria) van armados todos, desde el director y su asistente hasta el último obrero, y una costumbre adquirida de la excavación será celebrar cada gran descubrimiento (una estela hitita, una estatua, cualquier cosa monumental) con una salva de fusilería, para terror de los visitantes occidentales desprevenidos.

=== Sociedad ===

= La reina del desierto =

== Viajera, arqueóloga y espía, Gertrude Bell pasó de describir ruinas bizantinas a participar en la creación de Irak, cuyas fronteras actuales ayudó a trazar ==
JULIO ARRIETA @JULIOARRIETASANSábado, 26 abril 2014, 11:31

 

Gertrude Bell se lanzó a recorrer el mundo para huir de la encorsetada sociedad victoriana y acabó convertida en la mujer más poderosa del Imperio Británico. La aventurera inglesa fue exploradora, escritora, fotógrafa, alpinista, etnógrafa, espía, geógrafa, administradora política y diplomática. Y también arqueóloga. Aunque la importancia de su papel en la creación del estado de Irak hace que su trabajo arqueológico quede en un segundo plano, o a veces ni se mencione, ella siempre lo consideró el eje de su vida viajera. "El sendero de la arqueología me llevó hasta la puerta de los jeques", escribió Bell, a la que en ocasiones se ha llamado la 'Lawrence de Arabia femenina', cuando lo más justo sería decir que Lawrence, casi veinte años más joven que ella y que la admiró, fue 'el Gertrude Bell masculino'.

Gertrude Margaret Lowthian Bell, la 'hija del desierto', 'la reina sin corona de Mesopotamia', 'la tigresa de Irak', nació el 14 de julio de 1868 en Washington Hall, Durham (Inglaterra), en una familia y un entorno que no tenían nada que ver ni con desiertos, ni con reinas, ni con tigres. Fue la primera hija del matrimonio formado por Sir Hugh Bell y Mary Shield Bell. La familia era muy rica. Poseía la sexta fortuna de Inglaterra, que había sido amasada por el abuelo, Sir Isaac Lowthian Bell, propietario de varias fundiciones, y engordada por el padre, Hugh Bell, que mantuvo el negocio bien rentable y saneado. Durante su infancia, Gertrude disfrutó de todas las ventajas y comodidades propias de la alta sociedad británica de finales del siglo XIX. La muerte de su madre, después de dar a luz a su segundo hijo, cuando Gertrude tenía 3 años, afectó mucho a la niña y reforzó la unión con su padre, que se mantuvo firme a lo largo de toda su vida. "No creo que alguna vez me sienta sola, aunque la única persona a la que a menudo echo de menos es papá", escribió en una carta durante uno de sus viajes. Sir Hugh volvió a casarse cuando la pequeña contaba siete años. Florence, la madrastra de Gertrude, era una joven de 24 años aficionada a escribir cuentos infantiles y obras de teatro, con la que la niña se encariñó enseguida y que acabaría siendo su segunda confidente después de su padre.

A pesar de que consideraban que una joven de su posición no debía recibir una educación que fuera mucho más allá de las lecciones de piano, los Bell se preocuparon por que Gertrude tuviera estudios. Después de asistir al Queen's College de Londres, y por recomendación de su tutor, la joven estudió en la Universidad de Oxford, a la que llegó con 17 años y en la que se convirtió en la segunda mujer en pasar un examen de grado. Concluyó su carrera de historia moderna -que entonces abarcaba prácticamente todo desde el mundo antiguo hasta el siglo XVIII- en dos años (uno menos de lo habitual) con honores de primera clase ('first class honours'). Un reconocimiento informal, pues nunca recibió ningún título: Oxford no los dio a las mujeres hasta 1920.

Al acabar sus estudios, Bell se quedó en una especie de 'fuera de juego social'. Su franqueza y su inteligencia desbordante parecían espantar a cualquier posible pretendiente. No había ninguno a su altura. Todos le parecían aburridos o medio idiotas. Convertida en una 'soltera difícil', la joven decidió ver mundo para escapar de una sociedad que le resultaba opresiva y limitada. "Fue en 1892, a la edad de 24 cuando tuvo su primer contacto con el Oriente Próximo", detalla Amanda Adams en 'Ladies of the Field: Early Women Archaeologists and Their Search for Adventure' (Greystone Books). Su destino fue Persia, hoy Irán. Este fue el primero de una serie asombrosa de viajes, todos pagados gracias a las arcas familiares, que incluyó dos vueltas al mundo (de 1897 a 1898 y de 1902 a 1903). La mayor parte transcurrieron por el Oriente Próximo, sobre todo en Mesopotamia, aunque también viajó por Turquía, Siria, Palestina y Arabia. Bell no solo atravesó desiertos: fue una alpinista extraordinaria. Escaló en las Montañas Rocosas y en los Alpes, en los que sobrevivió a un accidente colgada del extremo de una cuerda durante 53 horas, en plena ventisca con tormenta eléctrica incluida.

La 'H' aspirada

Bell se interesó por la arqueología desde el inicio de su vida viajera. Llevaba una cámara Kodak y empezó a retratar todas las ruinas que veía, como se puede apreciar en las numerosas imágenes que iluminan su primer libro, 'Syria: the desert and the sown' (1907). Una estancia de siete meses en Jerusalén le permitió demostrar su habilidad para aprender idiomas que, según sus amigos, "se tragaba como aspirinas", tal y como detalla Cristina Morató en 'Las damas de Oriente: grandes viajeras por los países árabes' (Debolsillo). Hablaba persa, francés y alemán, entre otros, y acabó dominando el árabe y muchas de sus variantes dialectales. Aunque parece que al principio esta lengua se le resistió: "Hay por lo menos tres sonidos casi imposibles para una garganta europea. El peor, en mi opinión, es una 'H' muy aspirada. Solo puedo pronunciarla sujetando mi lengua con un dedo. Pero claro, no puedes mantener una conversación con un dedo metido en la garganta, ¿no?", le escribió a su padre.

Bell empezó a publicar artículos en los que describía las ruinas y yacimientos que encontraba en la 'Revue archéologique', que editaba Salomon Reinach, al que conoció en París en 1904, un año antes de iniciar otra expedición a Líbano. Bell viajaba sola. Sin compañeros occidentales, se entiende, porque solía contratar guías y sirvientes locales, por lo que se desplazaba con un pequeño grupo de asistentes que, si se torcían las cosas, se convertían en escoltas. Procuraba disfrutar de ciertas comodidades, así que se desplazaba con gran cantidad de baúles que contenían desde polvo antipulgas hasta una bañera desplegable, además de vestidos y una vajilla completa. Bell nunca se disfrazó de hombre para evitar problemas, como sí hicieron otras viajeras de la época, y de hecho siempre llevaba falda, incluso al montar a caballo, pues se negaba a usar pantalones.

Semejante personaje llamaba la atención en el Oriente Próximo de principios de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero en su caso fue para bien. Su exotismo atrajo a los jeques y jefes tribales. Morató explica que "sus temerarias expediciones en solitario la habían hecho famosa y todos querían conocerla, algo que la hacía sentirse importante". En una carta desde Bagdad, la aventurera explica a su familia que "en este país soy alguien. ¡Soy alguien! Parece que una de las preguntas que todo el mundo le hace a los demás es '¿ha conocido usted a la señorita Gertrude Bell?'"

La mayor parte del trabajo arqueológico de la viajera es descriptivo: localizaba los yacimientos, a menudo inéditos, los describía y los documentaba con cientos de fotografías. Amanda Adams llega a decir que no participó en una campaña de excavación propiamente dicha. Pero no es del todo exacto. En 1907 codirigió junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, situado en Anatolia. La ciudad era conocida como la de 'las mil y una iglesias'. Estos templos, de los que ya solo queda apenas una docena, fueron el centro de atención de los dos excavadores, que en realidad se dedicaron a despejar las estructuras más notables para su estudio arquitectónico sin tener en cuenta ninguna estratigrafía. Ramsay, que había visitado el yacimiento por primera vez acompañado de Sir Charles Warren en 1882, escribió que, "en nuestras excavaciones, nunca profundas, no encontramos ningún artículo que mereciera recogerse".

La aproximación al estudio de la arquitectura de Binbirkilise "fue sistemática y disciplinada" por parte de Ramsay y Bell, explican Robert G. Ousterhout y Mark P. C. Jackson en la introducción de una reciente edición de 'The Thousand and One Church' (Universidad de Pensilvania, 2008), el libro que documenta la expedición, publicado en 1909. Sus partes II y III son obra de Bell en solitario. En ellas describe al detalle las iglesias bizantinas del yacimiento y establece su tipología y una secuencia cronológica de su construcción. Las partes I y IV del libro son de Ramsay. Se ocupan de cuestiones históricas y geográficas, además de comentar otros monumentos del yacimiento y sus partes más antiguas, que se remontan a época hitita. A pesar de que el número de páginas escritas por Bell es muy superior al de las de Ramsay, la firma de él va por delante.

Yacimientos enormes

Hay que subrayar que la arqueología a la que se incorpora la exploradora inglesa es una disciplina en formación. Y más todavía en Oriente Próximo. Sus practicantes occidentales -ingleses, alemanes, franceses...- se han formado excavando yacimientos romanos, asentamientos de la Edad del Hierro y túmulos neolíticos en sus países de origen. En el mejor de los casos, han adquirido experiencia en Egipto. En Siria y Mesopotamia se enfrentan a un tipo de yacimiento para el que no se ha desarrollado aún una metodología específica: se trata de inmensos tells, yacimientos inabarcables que ocupan kilómetros de extensión y alcanzan alturas de decenas de metros. Alturas que cubren acumulaciones de etapas de ocupación que pueden llegar a abarcar desde el Neolítico a la Edad Media sin solución de continuidad. A veces, la 'cumbre' sigue siendo un pueblo habitado. En otras, hay un cementerio árabe con tumbas de santos que no conviene ni rozar. Cada excavador aprende por su cuenta y desarrolla sus propios métodos, a menudo a costa de la destrucción de yacimientos enteros, algunos de los cuales llegan a la década de los años 20 convertidos en auténticos patatales -como escribirá Mortimer Wheeler-. Trabajan con grupos numerosísimos de obreros y cada director desarrollará sus manías y métodos para manejarlos. El trato oscila entre el paternalismo en el mejor de los casos y la tiranía en el peor; el fondo es siempre colonialista.

Se discute sobre la conveniencia de recompensar con una propina extra a los trabajadores locales que den con un hallazgo notable, o sobre separarlos o no por grupos tribales, o sobre los castigos en público a los revoltosos, o sobre la necesidad de usar armas para defenderse de los nativos. En muchos yacimientos, los arqueólogos llevan revólver o un rifle. En Karkemish (en la frontera entre Turquía y Siria) van armados todos, desde el director y su asistente hasta el último obrero, y una costumbre adquirida de la excavación será celebrar cada gran descubrimiento (una estela hitita, una estatua, cualquier cosa monumental) con una salva de fusilería, para terror de los visitantes occidentales desprevenidos.

Todos estos arqueólogos insistirán en sus publicaciones y libros de divulgación en que su objetivo es desentrañar el pasado, en reconstruir la historia de las grandes civilizaciones de la región, y subrayarán la naturaleza científica de su trabajo. Pero a menudo este discurso solapa el interés por obtener piezas excepcionales que puedan ser exhibidas en los grandes museos de sus respectivas naciones. Esta es la arqueología con la que se encuentra Gertrude Bell y con la que, a pesar de las carencias de su propio trabajo en Binbirkilise, se mostrará muy crítica en su visita a Karkemish, en la que conocerá a su futuro amigo y colega de aventuras T. E. Lawrence, esto es, 'Lawrence de Arabia'. Él tenía 23 años y ella 42 cuando se encontraron por primera vez. Para aplacar el disgusto evidente de ella por la forma en la que se estaba llevando la excavación, Lawrence y su compañero Reginald Campbell desplegaron su erudición en una charla interminable. "La dejamos agotada, pero impresionada -escribirá Lawrence-. Es agradable, de unos 36 años, no es guapa (excepto cuando lleva velo, quizá). Si hubiera denunciado nuestros métodos por escrito habría sido realmente fastidioso. Creo que no lo hará".

Como reconocimiento a su labor, Bell fue nombrada 'fellow' de la Royal Geographical Society en 1913. Pero la Gran Guerra interrumpiría su carrera arqueológica. El petróleo había sustituido al carbón como combustible principal de los barcos de la Royal Navy y cada vez había más automóviles. Para el Imperio Británico era necesario controlar Arabia y Mesopotamia. El conocimiento de Bell de aquellos países, y sobre todo sus contactos e influencia sobre sus caóticas jefaturas tribales, hizo que sus servicios fueran requeridos por el Arab Intelligence Bureau of the British Army, en El Cairo. Se convirtió en indispensable a la hora de tratar con los jeques de la zona del Golfo Pérsico y se trasladó a Basra en 1916.

Después de que los británicos quitaran Bagdad a los turcos, Bell fue nombrada 'secretaria oriental' ('oriental secretary'), responsable de tratar con las autoridades locales. Su objetivo fue convertirlas en manejables títeres del Reino Unido. Bell era una defensora de la independencia de Irak, pero solo concebía la misma bajo la protección -es decir, el manejo- de su país. Su trabajo consistió en colaborar en el 'montaje' de una nueva monarquía unificada con Faysal ibn Husayn como rey. A las órdenes de Winston Churchill, la arqueóloga fue la única mujer que participó en la conferencia de El Cairo de 1921 que selló el proyecto. Su papel fue mucho más allá, pues intervino en la redacción de las leyes fundamentales del nuevo país e incluso trazó sus fronteras, las mismas que tantos problemas han supuesto después.

Pero acabada su misión, fue dejada de lado. Dada su buena relación con el ya rey Faysal I, decidió quedarse en Irak y ocuparse de su patrimonio arqueológico. Se las apañó para sacar adelante una ley que prohibió realizar excavaciones en cualquier terreno del país sin un permiso escrito. Cuando la situación de Irak se estabilizó, Gertrude Bell fundo el Museo Arqueológico de Bagdad, comenzó a reunir lo que hoy constituyen las colecciones del museo. Al principio se habilitaron las salas del palacio real para ello.

Entre sus labores como directora honoraria de Antigüedades de Irak estaba controlar el reparto de los artefactos obtenidos por las expediciones extranjeras. Arqueólogos como Leonard Woolley, excavador de Ur y compañero de Lawrence, y Max Mallowan, marido de Agatha Christie, la recordarían como inflexible, exigente y autoritaria en este cometido. No había lugar a la negociación o el regateo. Por ello Mallowan escribió en sus memorias que "ninguna tigresa hubiera salvaguardado los derechos de Irak como lo hizo ella". "Soy más ciudadana de Bagdad que muchos nacidos en Bagdad, Y apostaría que ningún bagdadí se preocupa más, o la mitad, por la belleza del río o de los jardines de palmeras, o se aferra más a los derechos de ciudadanía que he adquirido", escribió a su padre en una carta fechada el 30 de enero de 1922.

Dirigía las excavaciones y examinaba los hallazgos. A pesar de la oposición europea, insiste en que los tesoros encontrados se queden en su país de origen, asegurándose así que su museo se constituiría en una colección de antigüedades locales. Dicho museo abre sus puertas oficialmente en junio de 1926 y llegará a ser más tarde el [[Museo Nacional de Irak|museo nacional de Irak]]. Tras su muerte, su testamento permitiría la creación de la Escuela Británica de Arqueología de Irak.


== Muerte ==
== Muerte ==

Revisión del 16:57 20 feb 2021

Gertrude Bell
Información personal
Nombre de nacimiento Gertrude Margaret Lowthian Bell Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacimiento 14 de julio de 1868 Ver y modificar los datos en Wikidata
Washington, Tyne and Wear (Reino Unido) Ver y modificar los datos en Wikidata
Fallecimiento 12 de julio de 1926 Ver y modificar los datos en Wikidata (57 años)
Bagdad (Mandato británico de Mesopotamia) Ver y modificar los datos en Wikidata
Causa de muerte Sobredosis Ver y modificar los datos en Wikidata
Sepultura Irak Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacionalidad Británica
Familia
Padres Sir Hugh Bell, 2nd Baronet Ver y modificar los datos en Wikidata
Maria Shield Ver y modificar los datos en Wikidata
Educación
Educada en
Información profesional
Ocupación Exploradora, arqueóloga, escritora, montañera, diplomática, fotógrafa, espía, asiriólogo, política y arabista Ver y modificar los datos en Wikidata
Área Arqueología Ver y modificar los datos en Wikidata
Carrera deportiva
Deporte Montañismo Ver y modificar los datos en Wikidata
Distinciones
  • Comendador de la Orden del Imperio británico
  • Fellow of the Society of Antiquaries
  • Medalla del Fundador (RGS) (1918) Ver y modificar los datos en Wikidata

Gertrude Margaret Lowthian Bell (Durham, Inglaterra; 14 de julio de 1868-Bagdad, Mandato británico de Mesopotamia; 12 de julio de 1926) fue una escritora, viajera, politóloga, arqueóloga, fotógrafa, alpinista, administradora política, diplomática, espía y funcionaria del gobierno británico. Fue condecorada con la Orden del Imperio Británico.

Trayectoria

Gertrude Bell, la 'hija del desierto', 'la reina sin corona de Mesopotamia', 'la tigresa de Irak', nació en una familia muy influyente; era la hija pequeña del gran industrial Isaac Lowthian Bell. La familia era muy rica. Poseía la sexta fortuna de Inglaterra, que había sido amasada por el abuelo, Sir Isaac Lowthian Bell, propietario de varias fundiciones, y engordada por el padre, Hugh Bell, que mantuvo el negocio bien rentable y saneado. Durante su infancia, Gertrude disfrutó de todas las ventajas y comodidades propias de la alta sociedad británica de finales del siglo XIX. La muerte de su madre, después de dar a luz a su segundo hijo, cuando Gertrude tenía 3 años, afectó mucho a la niña y reforzó la unión con su padre, que se mantuvo firme a lo largo de toda su vida. "No creo que alguna vez me sienta sola, aunque la única persona a la que a menudo echo de menos es papá", escribió en una carta durante uno de sus viajes. Sir Hugh volvió a casarse cuando la pequeña contaba siete años. Sir Hugh volvió a casarse cuando la pequeña contaba siete años. Florence, la madrastra de Gertrude, era una joven de 24 años aficionada a escribir cuentos infantiles y obras de teatro, con la que la niña se encariñó enseguida y que acabaría siendo su segunda confidente después de su padre.

A pesar de que consideraban que una joven de su posición no debía recibir una educación que fuera mucho más allá de las lecciones de piano, los Bell se preocuparon por que Gertrude tuviera estudios. Comenzó sus estudios en el Queens' College, más tarde y por recomendación de su tutor, con 17 años, entró en el Instituto Lady Margaret Hall de la Universidad de Oxford, en la que se convirtió en la segunda mujer en pasar un examen de grado, además fue la primera mujer en conseguir el primer grado con honores en Historia Moderna en tan solo dos años ('first class honours'). Un reconocimiento informal, pues nunca recibió ningún título: Oxford no los dio a las mujeres hasta 1920.[1]

Al acabar sus estudios, Bell se quedó en una especie de 'fuera de juego social'. Su franqueza y su inteligencia desbordante parecían espantar a cualquier posible pretendiente. No había ninguno a su altura. Todos le parecían aburridos o medio idiotas. Convertida en una 'soltera difícil', la joven decidió ver mundo para escapar de una sociedad que le resultaba opresiva y limitada.

"Fue en 1892, a la edad de 24 cuando tuvo su primer contacto con el Oriente Próximo", detalla Amanda Adams en 'Ladies of the Field: Early Women Archaeologists and Their Search for Adventure' (Greystone Books). Su destino fue Persia, hoy Irán. Este fue el primero de una serie asombrosa de viajes, todos pagados gracias a las arcas familiares, que incluyó dos vueltas al mundo (de 1897 a 1898 y de 1902 a 1903). Viajó por todo Oriente Medio, sobre todo en Mesopotamia, aunque también viajó por Turquía, Siria, Palestina y Arabia. Bell no solo atravesó desiertos: fue una alpinista extraordinaria. Escaló en las Montañas Rocosas y en los Alpes, en los que sobrevivió a un accidente colgada del extremo de una cuerda durante 53 horas, en plena ventisca con tormenta eléctrica incluida.

Bell se interesó por la arqueología desde el inicio de su vida viajera. Llevaba una cámara Kodak y empezó a retratar todas las ruinas que veía, como se puede apreciar en las numerosas imágenes que iluminan su primer libro, 'Syria: the desert and the sown' (1907). Una estancia de siete meses en Jerusalén le permitió demostrar su habilidad para aprender idiomas que, según sus amigos, "se tragaba como aspirinas", tal y como detalla Cristina Morató en 'Las damas de Oriente: grandes viajeras por los países árabes' (Debolsillo). Hablaba persa, francés y alemán, entre otros, y acabó dominando el árabe y muchas de sus variantes dialectales. Aunque parece que al principio esta lengua se le resistió: "Hay por lo menos tres sonidos casi imposibles para una garganta europea. El peor, en mi opinión, es una 'H' muy aspirada. Solo puedo pronunciarla sujetando mi lengua con un dedo. Pero claro, no puedes mantener una conversación con un dedo metido en la garganta, ¿no?", le escribió a su padre.

Bell empezó a publicar artículos en los que describía las ruinas y yacimientos que encontraba en la 'Revue archéologique', que editaba Salomon Reinach, al que conoció en París en 1904, un año antes de iniciar otra expedición a Líbano.

Semejante personaje llamaba la atención en el Oriente Próximo de principios de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero en su caso fue para bien. Su exotismo atrajo a los jeques y jefes tribales. Morató explica que "sus temerarias expediciones en solitario la habían hecho famosa y todos querían conocerla, algo que la hacía sentirse importante". En una carta desde Bagdad, la aventurera explica a su familia que "en este país soy alguien. ¡Soy alguien! Parece que una de las preguntas que todo el mundo le hace a los demás es '¿ha conocido usted a la señorita Gertrude Bell?'"

Fue la primera controladora de St John Philby, y le enseñó las artes más finas del espionaje. Después de la Primera Guerra Mundial, escribió un informe sobre la administración de Mesopotamia entre el final de la guerra y la rebelión iraquí de 1920, más tarde ayudó a determinar las fronteras en tiempos de posguerra. En 1921 cooperó para poner en el trono iraquí a un hijo, Faysal ibn Husayn, del jerife de La Meca. También ayudó a crear el Museo Nacional de Irak y promovió su convicción de que las antigüedades extraídas en las excavaciones deberían permanecer en su país de origen.

Está generalmente reconocido que Gertrude Bell y T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia) fueron los principales instigadores de la instauración de la dinastía Hachemita en Jordania e Irak. Promovió la revolución árabe durante la Primera Guerra Mundial. Al final de la guerra diseñó las fronteras de Mesopotamia.

Liga anti sufragistas

En noviembre de 1908, se fundó en Londres la Liga Nacional de Mujeres Anti-Sufragio (Women's National Anti-Suffrage League). Su primera presidenta fue la popular novelista, Mary Ward. Los líderes de esta Liga defendían que la mayor parte de las mujeres inglesas no querían votar y, de hecho, alertaban sobre los peligros de hacerlo.[1]

Gertrude Bell fue secretaria honoraria de esta Liga Nacional de Mujeres Anti-Sufragio. Sus argumentos fueron que mientras las mujeres creyeran que su sitio estaba en la cocina y en el dormitorio, no podrían formar parte del debate político y serían totalmente incapaces de tomar parte en las decisiones sobre la forma en la que la nación debía ser gobernada.

Viajes a Oriente

Bell viajaba sola. Sin compañeros occidentales, se entiende, porque solía contratar guías y sirvientes locales, por lo que se desplazaba con un pequeño grupo de asistentes que, si se torcían las cosas, se convertían en escoltas. Procuraba disfrutar de ciertas comodidades, así que se desplazaba con gran cantidad de baúles que contenían desde polvo antipulgas hasta una bañera desplegable, además de vestidos y una vajilla completa. Bell nunca se disfrazó de hombre para evitar problemas, como sí hicieron otras viajeras de la época, y de hecho siempre llevaba falda, incluso al montar a caballo, pues se negaba a usar pantalones.

A partir de 1892 y de un primer viaje a Persia, descrito en su libro Persian pictures, Gertrude Bell multiplica los viajes a Oriente, Palestina, Siria y Arabia (que cruzó seis veces) y publica un segundo libro: Syria, the desert and the sown. A partir de 1907 participa en campañas de investigación arqueológica de numerosos sitios a lo largo del Éufrates.

Primera Guerra Mundial y carrera política

Misión en el Medio Oriente

Cuando se declara la guerra, Gertrude Bell solicita ser enviada a Oriente Medio, lo que le fue denegado. Entonces se presenta voluntaria de la Cruz Roja francesa.

Sin embargo, fue enviada en noviembre de 1915 al gabinete árabe de El Cairo (Egipto), dirigido en aquel momento por el general Gilbert Clayton. Allí se reencontró con Lawrence de Arabia. Al principio no tiene un cargo oficial, pero pone en limpio los datos de Lawrence sobre los emplazamientos y el estado de ánimo de las tribus árabes que podrían aliarse con los británicos contra el Imperio Otomano. Esas informaciones sirvieron a Lawrence en sus negociaciones con los árabes.

El 3 de marzo de 1916 fue enviada a Basora, que el ejército británico había tomado en noviembre de 1914, para aconsejar al oficial encargado de los asuntos políticos Percy Cox, sobre una región que ella conocía mejor que cualquier occidental. Diseña mapas que ayudan al ejército británico a llegar a Bagdad con seguridad. Llega a ser la única mujer oficial encargada de asuntos políticos del ejército británico, y recibe el título de Oficial de enlace, correspondiente con El Cairo. Controla muy especialmente a John Philby, y le enseña las sutilidades de las manipulaciones políticas secretas. Cuando las tropas británicas toman Bagdad, el 10 de marzo de 1917, fue enviada por Percy Cox a Bagdad con el título de « secretaria oriental ».

Creación de Irak

A la caída del Imperio Otomano, en enero de 1919, a Gertrude Bell se le encargó un informe sobre Mesopotamia y las opciones para la denominación del futuro Irak. Estuvo diez meses redactándolo y está considerado como una obra maestra de informe oficial. Sin embargo, sus conclusiones fueron, de lejos, favorables a los árabes, y su superior A. T. Wilson, se volvió contra ella.

El 11 de octubre de 1920, Percy Cox vuelve a Bagdad y le pide mantener el puesto de secretaria oriental, haciendo de oficial de enlace con el futuro gobernador árabe.

Formó parte, junto a Percy Cox y Lawrence de Arabia, del pequeño grupo de orientalistas reunido por Winston Churchill para participar en la Conferencia de El Cairo de 1921, destinada a trazar las fronteras del mandato británico y de los nuevos países, como Irak. Durante la Conferencia, no regateó esfuerzos para que la Transjordania e Irak fueran dirigidas por Abdalá I de Jordania y Faisal I de Irak, dos hijos de Hussein ben Ali, jerife de La Meca, rey del Hedjaz, que fue uno de los promotores del mandato británico de la rebelión árabe de 1916 contra el Imperio Otomano.

La influencia de Gertrude Bell condujo a la creación de un país de mayoría chiita en el sur, y de minoría sunita y kurda en el centro y en el norte. Los británicos rechazaron un estado separado para los kurdos para tener el control de los campos de petróleo que se encuentran en sus territorios.

Los británicos eligieron a los sunitas para gobernar el país porque consideraban que los chiitas eran fanáticos religiosos. En su informe, Gertrude Bell escribe :

No dudo un instante de que el poder debe volver a los sunitas, a pesar de su inferioridad numérica [...] pues en caso contrario tendréis un Estado teocrático, que podría ser muy peligroso.

Las rivalidades entre las diferentes comunidades religiosas continúan provocando, aún hoy, choques en Irak.

También persuadió a Winston Churchill para designar como primer rey iraquí a Faisal, antiguo rey de Siria que acababa de ser depuesto. Cuando este último llegó a Irak, en junio de 1921, Gertrude le puso al corriente de los asuntos locales, en concreto de los problemas relativos a la geografía de las tribus y la economía local. Supervisó, además, los nombramientos de los diferentes cargos del gobierno. Faisal fue coronado rey de Irak el 23 de agosto de 1921. Gertrude llega a ser confidente del rey a quien ayudó al principio de su reinado a establecer su autoridad alrededor de los jefes tribales. Debido a su influencia sobre el nuevo rey, Gertrude Bell fue apodada la "reina sin corona de Irak".

Arqueóloga

La mayor parte del trabajo arqueológico de Bell, es descriptivo: localizaba los yacimientos, a menudo inéditos, los describía y los documentaba con cientos de fotografías. Amanda Adams llega a decir que no participó en una campaña de excavación propiamente dicha. Pero no es del todo exacto. En 1907 codirigió junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, situado en Anatolia. La ciudad era conocida como la de 'las mil y una iglesias'. Estos templos, de los que ya solo queda apenas una docena, fueron el centro de atención de los dos excavadores, que en realidad se dedicaron a despejar las estructuras más notables para su estudio arquitectónico sin tener en cuenta ninguna estratigrafía. Ramsay, que había visitado el yacimiento por primera vez acompañado de Sir Charles Warren en 1882, escribió que, "en nuestras excavaciones, nunca profundas, no encontramos ningún artículo que mereciera recogerse". La exploradora descubre unas ruinas. Elabora un plan y describe los alrededores fortificados de Mumbayah «donde se montaron mis tiendas y donde el nombre árabe significa literalmente "lugar elevado"; era probablemente el « Bersiba » de la lista de nombres establecida por Ptolomeo. Este lugar se compone de un doble terraplén situado sobre la ribera del río». Gertrude Bell calculó mal la localización de Bersiba, pero identificó, por la toponimia del lugar, la significación del nombre de este promontorio en ruinas, participando en el descubrimiento de esta ciudad oriental. En un rectángulo de gran dimensión se encuentran las ruinas de una ciudad muy fortificada, a la que hacen referencia documentos y estudios elaborados en 1964, cuando se inspeccionó esta zona. En 1968 la sociedad alemana Deutsche Orient solicitó el permiso de excavación del montículo de ruinas[2]

La aproximación al estudio de la arquitectura de Binbirkilise "fue sistemática y disciplinada" por parte de Ramsay y Bell, explican Robert G. Ousterhout y Mark P. C. Jackson en la introducción de una reciente edición de 'The Thousand and One Church' (Universidad de Pensilvania, 2008), el libro que documenta la expedición, publicado en 1909. Sus partes II y III son obra de Bell en solitario. En ellas describe al detalle las iglesias bizantinas del yacimiento y establece su tipología y una secuencia cronológica de su construcción. Las partes I y IV del libro son de Ramsay. Se ocupan de cuestiones históricas y geográficas, además de comentar otros monumentos del yacimiento y sus partes más antiguas, que se remontan a época hitita. A pesar de que el número de páginas escritas por Bell es muy superior al de las de Ramsay, la firma de él va por delante.

Sociedad

La reina del desierto

Viajera, arqueóloga y espía, Gertrude Bell pasó de describir ruinas bizantinas a participar en la creación de Irak, cuyas fronteras actuales ayudó a trazar

JULIO ARRIETA @JULIOARRIETASANSábado, 26 abril 2014, 11:31

 

Gertrude Bell se lanzó a recorrer el mundo para huir de la encorsetada sociedad victoriana y acabó convertida en la mujer más poderosa del Imperio Británico. La aventurera inglesa fue exploradora, escritora, fotógrafa, alpinista, etnógrafa, espía, geógrafa, administradora política y diplomática. Y también arqueóloga. Aunque la importancia de su papel en la creación del estado de Irak hace que su trabajo arqueológico quede en un segundo plano, o a veces ni se mencione, ella siempre lo consideró el eje de su vida viajera. "El sendero de la arqueología me llevó hasta la puerta de los jeques", escribió Bell, a la que en ocasiones se ha llamado la 'Lawrence de Arabia femenina', cuando lo más justo sería decir que Lawrence, casi veinte años más joven que ella y que la admiró, fue 'el Gertrude Bell masculino'.

Gertrude Margaret Lowthian Bell, la 'hija del desierto', 'la reina sin corona de Mesopotamia', 'la tigresa de Irak', nació el 14 de julio de 1868 en Washington Hall, Durham (Inglaterra), en una familia y un entorno que no tenían nada que ver ni con desiertos, ni con reinas, ni con tigres. Fue la primera hija del matrimonio formado por Sir Hugh Bell y Mary Shield Bell. La familia era muy rica. Poseía la sexta fortuna de Inglaterra, que había sido amasada por el abuelo, Sir Isaac Lowthian Bell, propietario de varias fundiciones, y engordada por el padre, Hugh Bell, que mantuvo el negocio bien rentable y saneado. Durante su infancia, Gertrude disfrutó de todas las ventajas y comodidades propias de la alta sociedad británica de finales del siglo XIX. La muerte de su madre, después de dar a luz a su segundo hijo, cuando Gertrude tenía 3 años, afectó mucho a la niña y reforzó la unión con su padre, que se mantuvo firme a lo largo de toda su vida. "No creo que alguna vez me sienta sola, aunque la única persona a la que a menudo echo de menos es papá", escribió en una carta durante uno de sus viajes. Sir Hugh volvió a casarse cuando la pequeña contaba siete años. Florence, la madrastra de Gertrude, era una joven de 24 años aficionada a escribir cuentos infantiles y obras de teatro, con la que la niña se encariñó enseguida y que acabaría siendo su segunda confidente después de su padre.

A pesar de que consideraban que una joven de su posición no debía recibir una educación que fuera mucho más allá de las lecciones de piano, los Bell se preocuparon por que Gertrude tuviera estudios. Después de asistir al Queen's College de Londres, y por recomendación de su tutor, la joven estudió en la Universidad de Oxford, a la que llegó con 17 años y en la que se convirtió en la segunda mujer en pasar un examen de grado. Concluyó su carrera de historia moderna -que entonces abarcaba prácticamente todo desde el mundo antiguo hasta el siglo XVIII- en dos años (uno menos de lo habitual) con honores de primera clase ('first class honours'). Un reconocimiento informal, pues nunca recibió ningún título: Oxford no los dio a las mujeres hasta 1920.

Al acabar sus estudios, Bell se quedó en una especie de 'fuera de juego social'. Su franqueza y su inteligencia desbordante parecían espantar a cualquier posible pretendiente. No había ninguno a su altura. Todos le parecían aburridos o medio idiotas. Convertida en una 'soltera difícil', la joven decidió ver mundo para escapar de una sociedad que le resultaba opresiva y limitada. "Fue en 1892, a la edad de 24 cuando tuvo su primer contacto con el Oriente Próximo", detalla Amanda Adams en 'Ladies of the Field: Early Women Archaeologists and Their Search for Adventure' (Greystone Books). Su destino fue Persia, hoy Irán. Este fue el primero de una serie asombrosa de viajes, todos pagados gracias a las arcas familiares, que incluyó dos vueltas al mundo (de 1897 a 1898 y de 1902 a 1903). La mayor parte transcurrieron por el Oriente Próximo, sobre todo en Mesopotamia, aunque también viajó por Turquía, Siria, Palestina y Arabia. Bell no solo atravesó desiertos: fue una alpinista extraordinaria. Escaló en las Montañas Rocosas y en los Alpes, en los que sobrevivió a un accidente colgada del extremo de una cuerda durante 53 horas, en plena ventisca con tormenta eléctrica incluida.

La 'H' aspirada

Bell se interesó por la arqueología desde el inicio de su vida viajera. Llevaba una cámara Kodak y empezó a retratar todas las ruinas que veía, como se puede apreciar en las numerosas imágenes que iluminan su primer libro, 'Syria: the desert and the sown' (1907). Una estancia de siete meses en Jerusalén le permitió demostrar su habilidad para aprender idiomas que, según sus amigos, "se tragaba como aspirinas", tal y como detalla Cristina Morató en 'Las damas de Oriente: grandes viajeras por los países árabes' (Debolsillo). Hablaba persa, francés y alemán, entre otros, y acabó dominando el árabe y muchas de sus variantes dialectales. Aunque parece que al principio esta lengua se le resistió: "Hay por lo menos tres sonidos casi imposibles para una garganta europea. El peor, en mi opinión, es una 'H' muy aspirada. Solo puedo pronunciarla sujetando mi lengua con un dedo. Pero claro, no puedes mantener una conversación con un dedo metido en la garganta, ¿no?", le escribió a su padre.

Bell empezó a publicar artículos en los que describía las ruinas y yacimientos que encontraba en la 'Revue archéologique', que editaba Salomon Reinach, al que conoció en París en 1904, un año antes de iniciar otra expedición a Líbano. Bell viajaba sola. Sin compañeros occidentales, se entiende, porque solía contratar guías y sirvientes locales, por lo que se desplazaba con un pequeño grupo de asistentes que, si se torcían las cosas, se convertían en escoltas. Procuraba disfrutar de ciertas comodidades, así que se desplazaba con gran cantidad de baúles que contenían desde polvo antipulgas hasta una bañera desplegable, además de vestidos y una vajilla completa. Bell nunca se disfrazó de hombre para evitar problemas, como sí hicieron otras viajeras de la época, y de hecho siempre llevaba falda, incluso al montar a caballo, pues se negaba a usar pantalones.

Semejante personaje llamaba la atención en el Oriente Próximo de principios de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero en su caso fue para bien. Su exotismo atrajo a los jeques y jefes tribales. Morató explica que "sus temerarias expediciones en solitario la habían hecho famosa y todos querían conocerla, algo que la hacía sentirse importante". En una carta desde Bagdad, la aventurera explica a su familia que "en este país soy alguien. ¡Soy alguien! Parece que una de las preguntas que todo el mundo le hace a los demás es '¿ha conocido usted a la señorita Gertrude Bell?'"

La mayor parte del trabajo arqueológico de la viajera es descriptivo: localizaba los yacimientos, a menudo inéditos, los describía y los documentaba con cientos de fotografías. Amanda Adams llega a decir que no participó en una campaña de excavación propiamente dicha. Pero no es del todo exacto. En 1907 codirigió junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, situado en Anatolia. La ciudad era conocida como la de 'las mil y una iglesias'. Estos templos, de los que ya solo queda apenas una docena, fueron el centro de atención de los dos excavadores, que en realidad se dedicaron a despejar las estructuras más notables para su estudio arquitectónico sin tener en cuenta ninguna estratigrafía. Ramsay, que había visitado el yacimiento por primera vez acompañado de Sir Charles Warren en 1882, escribió que, "en nuestras excavaciones, nunca profundas, no encontramos ningún artículo que mereciera recogerse".

La aproximación al estudio de la arquitectura de Binbirkilise "fue sistemática y disciplinada" por parte de Ramsay y Bell, explican Robert G. Ousterhout y Mark P. C. Jackson en la introducción de una reciente edición de 'The Thousand and One Church' (Universidad de Pensilvania, 2008), el libro que documenta la expedición, publicado en 1909. Sus partes II y III son obra de Bell en solitario. En ellas describe al detalle las iglesias bizantinas del yacimiento y establece su tipología y una secuencia cronológica de su construcción. Las partes I y IV del libro son de Ramsay. Se ocupan de cuestiones históricas y geográficas, además de comentar otros monumentos del yacimiento y sus partes más antiguas, que se remontan a época hitita. A pesar de que el número de páginas escritas por Bell es muy superior al de las de Ramsay, la firma de él va por delante.

Hay que subrayar que la arqueología a la que se incorpora la exploradora inglesa es una disciplina en formación. Y más todavía en Oriente Próximo. Sus practicantes occidentales -ingleses, alemanes, franceses...- se han formado excavando yacimientos romanos, asentamientos de la Edad del Hierro y túmulos neolíticos en sus países de origen. En el mejor de los casos, han adquirido experiencia en Egipto. En Siria y Mesopotamia se enfrentan a un tipo de yacimiento para el que no se ha desarrollado aún una metodología específica: se trata de inmensos tells, yacimientos inabarcables que ocupan kilómetros de extensión y alcanzan alturas de decenas de metros. Alturas que cubren acumulaciones de etapas de ocupación que pueden llegar a abarcar desde el Neolítico a la Edad Media sin solución de continuidad. A veces, la 'cumbre' sigue siendo un pueblo habitado. En otras, hay un cementerio árabe con tumbas de santos que no conviene ni rozar. Cada excavador aprende por su cuenta y desarrolla sus propios métodos, a menudo a costa de la destrucción de yacimientos enteros, algunos de los cuales llegan a la década de los años 20 convertidos en auténticos patatales -como escribirá Mortimer Wheeler-. Trabajan con grupos numerosísimos de obreros y cada director desarrollará sus manías y métodos para manejarlos. El trato oscila entre el paternalismo en el mejor de los casos y la tiranía en el peor; el fondo es siempre colonialista.

Se discute sobre la conveniencia de recompensar con una propina extra a los trabajadores locales que den con un hallazgo notable, o sobre separarlos o no por grupos tribales, o sobre los castigos en público a los revoltosos, o sobre la necesidad de usar armas para defenderse de los nativos. En muchos yacimientos, los arqueólogos llevan revólver o un rifle. En Karkemish (en la frontera entre Turquía y Siria) van armados todos, desde el director y su asistente hasta el último obrero, y una costumbre adquirida de la excavación será celebrar cada gran descubrimiento (una estela hitita, una estatua, cualquier cosa monumental) con una salva de fusilería, para terror de los visitantes occidentales desprevenidos.

Sociedad

La reina del desierto

Viajera, arqueóloga y espía, Gertrude Bell pasó de describir ruinas bizantinas a participar en la creación de Irak, cuyas fronteras actuales ayudó a trazar

JULIO ARRIETA @JULIOARRIETASANSábado, 26 abril 2014, 11:31

 

Gertrude Bell se lanzó a recorrer el mundo para huir de la encorsetada sociedad victoriana y acabó convertida en la mujer más poderosa del Imperio Británico. La aventurera inglesa fue exploradora, escritora, fotógrafa, alpinista, etnógrafa, espía, geógrafa, administradora política y diplomática. Y también arqueóloga. Aunque la importancia de su papel en la creación del estado de Irak hace que su trabajo arqueológico quede en un segundo plano, o a veces ni se mencione, ella siempre lo consideró el eje de su vida viajera. "El sendero de la arqueología me llevó hasta la puerta de los jeques", escribió Bell, a la que en ocasiones se ha llamado la 'Lawrence de Arabia femenina', cuando lo más justo sería decir que Lawrence, casi veinte años más joven que ella y que la admiró, fue 'el Gertrude Bell masculino'.

Gertrude Margaret Lowthian Bell, la 'hija del desierto', 'la reina sin corona de Mesopotamia', 'la tigresa de Irak', nació el 14 de julio de 1868 en Washington Hall, Durham (Inglaterra), en una familia y un entorno que no tenían nada que ver ni con desiertos, ni con reinas, ni con tigres. Fue la primera hija del matrimonio formado por Sir Hugh Bell y Mary Shield Bell. La familia era muy rica. Poseía la sexta fortuna de Inglaterra, que había sido amasada por el abuelo, Sir Isaac Lowthian Bell, propietario de varias fundiciones, y engordada por el padre, Hugh Bell, que mantuvo el negocio bien rentable y saneado. Durante su infancia, Gertrude disfrutó de todas las ventajas y comodidades propias de la alta sociedad británica de finales del siglo XIX. La muerte de su madre, después de dar a luz a su segundo hijo, cuando Gertrude tenía 3 años, afectó mucho a la niña y reforzó la unión con su padre, que se mantuvo firme a lo largo de toda su vida. "No creo que alguna vez me sienta sola, aunque la única persona a la que a menudo echo de menos es papá", escribió en una carta durante uno de sus viajes. Sir Hugh volvió a casarse cuando la pequeña contaba siete años. Florence, la madrastra de Gertrude, era una joven de 24 años aficionada a escribir cuentos infantiles y obras de teatro, con la que la niña se encariñó enseguida y que acabaría siendo su segunda confidente después de su padre.

A pesar de que consideraban que una joven de su posición no debía recibir una educación que fuera mucho más allá de las lecciones de piano, los Bell se preocuparon por que Gertrude tuviera estudios. Después de asistir al Queen's College de Londres, y por recomendación de su tutor, la joven estudió en la Universidad de Oxford, a la que llegó con 17 años y en la que se convirtió en la segunda mujer en pasar un examen de grado. Concluyó su carrera de historia moderna -que entonces abarcaba prácticamente todo desde el mundo antiguo hasta el siglo XVIII- en dos años (uno menos de lo habitual) con honores de primera clase ('first class honours'). Un reconocimiento informal, pues nunca recibió ningún título: Oxford no los dio a las mujeres hasta 1920.

Al acabar sus estudios, Bell se quedó en una especie de 'fuera de juego social'. Su franqueza y su inteligencia desbordante parecían espantar a cualquier posible pretendiente. No había ninguno a su altura. Todos le parecían aburridos o medio idiotas. Convertida en una 'soltera difícil', la joven decidió ver mundo para escapar de una sociedad que le resultaba opresiva y limitada. "Fue en 1892, a la edad de 24 cuando tuvo su primer contacto con el Oriente Próximo", detalla Amanda Adams en 'Ladies of the Field: Early Women Archaeologists and Their Search for Adventure' (Greystone Books). Su destino fue Persia, hoy Irán. Este fue el primero de una serie asombrosa de viajes, todos pagados gracias a las arcas familiares, que incluyó dos vueltas al mundo (de 1897 a 1898 y de 1902 a 1903). La mayor parte transcurrieron por el Oriente Próximo, sobre todo en Mesopotamia, aunque también viajó por Turquía, Siria, Palestina y Arabia. Bell no solo atravesó desiertos: fue una alpinista extraordinaria. Escaló en las Montañas Rocosas y en los Alpes, en los que sobrevivió a un accidente colgada del extremo de una cuerda durante 53 horas, en plena ventisca con tormenta eléctrica incluida.

La 'H' aspirada

Bell se interesó por la arqueología desde el inicio de su vida viajera. Llevaba una cámara Kodak y empezó a retratar todas las ruinas que veía, como se puede apreciar en las numerosas imágenes que iluminan su primer libro, 'Syria: the desert and the sown' (1907). Una estancia de siete meses en Jerusalén le permitió demostrar su habilidad para aprender idiomas que, según sus amigos, "se tragaba como aspirinas", tal y como detalla Cristina Morató en 'Las damas de Oriente: grandes viajeras por los países árabes' (Debolsillo). Hablaba persa, francés y alemán, entre otros, y acabó dominando el árabe y muchas de sus variantes dialectales. Aunque parece que al principio esta lengua se le resistió: "Hay por lo menos tres sonidos casi imposibles para una garganta europea. El peor, en mi opinión, es una 'H' muy aspirada. Solo puedo pronunciarla sujetando mi lengua con un dedo. Pero claro, no puedes mantener una conversación con un dedo metido en la garganta, ¿no?", le escribió a su padre.

Bell empezó a publicar artículos en los que describía las ruinas y yacimientos que encontraba en la 'Revue archéologique', que editaba Salomon Reinach, al que conoció en París en 1904, un año antes de iniciar otra expedición a Líbano. Bell viajaba sola. Sin compañeros occidentales, se entiende, porque solía contratar guías y sirvientes locales, por lo que se desplazaba con un pequeño grupo de asistentes que, si se torcían las cosas, se convertían en escoltas. Procuraba disfrutar de ciertas comodidades, así que se desplazaba con gran cantidad de baúles que contenían desde polvo antipulgas hasta una bañera desplegable, además de vestidos y una vajilla completa. Bell nunca se disfrazó de hombre para evitar problemas, como sí hicieron otras viajeras de la época, y de hecho siempre llevaba falda, incluso al montar a caballo, pues se negaba a usar pantalones.

Semejante personaje llamaba la atención en el Oriente Próximo de principios de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero en su caso fue para bien. Su exotismo atrajo a los jeques y jefes tribales. Morató explica que "sus temerarias expediciones en solitario la habían hecho famosa y todos querían conocerla, algo que la hacía sentirse importante". En una carta desde Bagdad, la aventurera explica a su familia que "en este país soy alguien. ¡Soy alguien! Parece que una de las preguntas que todo el mundo le hace a los demás es '¿ha conocido usted a la señorita Gertrude Bell?'"

La mayor parte del trabajo arqueológico de la viajera es descriptivo: localizaba los yacimientos, a menudo inéditos, los describía y los documentaba con cientos de fotografías. Amanda Adams llega a decir que no participó en una campaña de excavación propiamente dicha. Pero no es del todo exacto. En 1907 codirigió junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, situado en Anatolia. La ciudad era conocida como la de 'las mil y una iglesias'. Estos templos, de los que ya solo queda apenas una docena, fueron el centro de atención de los dos excavadores, que en realidad se dedicaron a despejar las estructuras más notables para su estudio arquitectónico sin tener en cuenta ninguna estratigrafía. Ramsay, que había visitado el yacimiento por primera vez acompañado de Sir Charles Warren en 1882, escribió que, "en nuestras excavaciones, nunca profundas, no encontramos ningún artículo que mereciera recogerse".

La aproximación al estudio de la arquitectura de Binbirkilise "fue sistemática y disciplinada" por parte de Ramsay y Bell, explican Robert G. Ousterhout y Mark P. C. Jackson en la introducción de una reciente edición de 'The Thousand and One Church' (Universidad de Pensilvania, 2008), el libro que documenta la expedición, publicado en 1909. Sus partes II y III son obra de Bell en solitario. En ellas describe al detalle las iglesias bizantinas del yacimiento y establece su tipología y una secuencia cronológica de su construcción. Las partes I y IV del libro son de Ramsay. Se ocupan de cuestiones históricas y geográficas, además de comentar otros monumentos del yacimiento y sus partes más antiguas, que se remontan a época hitita. A pesar de que el número de páginas escritas por Bell es muy superior al de las de Ramsay, la firma de él va por delante.

Yacimientos enormes

Hay que subrayar que la arqueología a la que se incorpora la exploradora inglesa es una disciplina en formación. Y más todavía en Oriente Próximo. Sus practicantes occidentales -ingleses, alemanes, franceses...- se han formado excavando yacimientos romanos, asentamientos de la Edad del Hierro y túmulos neolíticos en sus países de origen. En el mejor de los casos, han adquirido experiencia en Egipto. En Siria y Mesopotamia se enfrentan a un tipo de yacimiento para el que no se ha desarrollado aún una metodología específica: se trata de inmensos tells, yacimientos inabarcables que ocupan kilómetros de extensión y alcanzan alturas de decenas de metros. Alturas que cubren acumulaciones de etapas de ocupación que pueden llegar a abarcar desde el Neolítico a la Edad Media sin solución de continuidad. A veces, la 'cumbre' sigue siendo un pueblo habitado. En otras, hay un cementerio árabe con tumbas de santos que no conviene ni rozar. Cada excavador aprende por su cuenta y desarrolla sus propios métodos, a menudo a costa de la destrucción de yacimientos enteros, algunos de los cuales llegan a la década de los años 20 convertidos en auténticos patatales -como escribirá Mortimer Wheeler-. Trabajan con grupos numerosísimos de obreros y cada director desarrollará sus manías y métodos para manejarlos. El trato oscila entre el paternalismo en el mejor de los casos y la tiranía en el peor; el fondo es siempre colonialista.

Se discute sobre la conveniencia de recompensar con una propina extra a los trabajadores locales que den con un hallazgo notable, o sobre separarlos o no por grupos tribales, o sobre los castigos en público a los revoltosos, o sobre la necesidad de usar armas para defenderse de los nativos. En muchos yacimientos, los arqueólogos llevan revólver o un rifle. En Karkemish (en la frontera entre Turquía y Siria) van armados todos, desde el director y su asistente hasta el último obrero, y una costumbre adquirida de la excavación será celebrar cada gran descubrimiento (una estela hitita, una estatua, cualquier cosa monumental) con una salva de fusilería, para terror de los visitantes occidentales desprevenidos.

Todos estos arqueólogos insistirán en sus publicaciones y libros de divulgación en que su objetivo es desentrañar el pasado, en reconstruir la historia de las grandes civilizaciones de la región, y subrayarán la naturaleza científica de su trabajo. Pero a menudo este discurso solapa el interés por obtener piezas excepcionales que puedan ser exhibidas en los grandes museos de sus respectivas naciones. Esta es la arqueología con la que se encuentra Gertrude Bell y con la que, a pesar de las carencias de su propio trabajo en Binbirkilise, se mostrará muy crítica en su visita a Karkemish, en la que conocerá a su futuro amigo y colega de aventuras T. E. Lawrence, esto es, 'Lawrence de Arabia'. Él tenía 23 años y ella 42 cuando se encontraron por primera vez. Para aplacar el disgusto evidente de ella por la forma en la que se estaba llevando la excavación, Lawrence y su compañero Reginald Campbell desplegaron su erudición en una charla interminable. "La dejamos agotada, pero impresionada -escribirá Lawrence-. Es agradable, de unos 36 años, no es guapa (excepto cuando lleva velo, quizá). Si hubiera denunciado nuestros métodos por escrito habría sido realmente fastidioso. Creo que no lo hará".

Como reconocimiento a su labor, Bell fue nombrada 'fellow' de la Royal Geographical Society en 1913. Pero la Gran Guerra interrumpiría su carrera arqueológica. El petróleo había sustituido al carbón como combustible principal de los barcos de la Royal Navy y cada vez había más automóviles. Para el Imperio Británico era necesario controlar Arabia y Mesopotamia. El conocimiento de Bell de aquellos países, y sobre todo sus contactos e influencia sobre sus caóticas jefaturas tribales, hizo que sus servicios fueran requeridos por el Arab Intelligence Bureau of the British Army, en El Cairo. Se convirtió en indispensable a la hora de tratar con los jeques de la zona del Golfo Pérsico y se trasladó a Basra en 1916.

Después de que los británicos quitaran Bagdad a los turcos, Bell fue nombrada 'secretaria oriental' ('oriental secretary'), responsable de tratar con las autoridades locales. Su objetivo fue convertirlas en manejables títeres del Reino Unido. Bell era una defensora de la independencia de Irak, pero solo concebía la misma bajo la protección -es decir, el manejo- de su país. Su trabajo consistió en colaborar en el 'montaje' de una nueva monarquía unificada con Faysal ibn Husayn como rey. A las órdenes de Winston Churchill, la arqueóloga fue la única mujer que participó en la conferencia de El Cairo de 1921 que selló el proyecto. Su papel fue mucho más allá, pues intervino en la redacción de las leyes fundamentales del nuevo país e incluso trazó sus fronteras, las mismas que tantos problemas han supuesto después.

Pero acabada su misión, fue dejada de lado. Dada su buena relación con el ya rey Faysal I, decidió quedarse en Irak y ocuparse de su patrimonio arqueológico. Se las apañó para sacar adelante una ley que prohibió realizar excavaciones en cualquier terreno del país sin un permiso escrito. Cuando la situación de Irak se estabilizó, Gertrude Bell fundo el Museo Arqueológico de Bagdad, comenzó a reunir lo que hoy constituyen las colecciones del museo. Al principio se habilitaron las salas del palacio real para ello.

Entre sus labores como directora honoraria de Antigüedades de Irak estaba controlar el reparto de los artefactos obtenidos por las expediciones extranjeras. Arqueólogos como Leonard Woolley, excavador de Ur y compañero de Lawrence, y Max Mallowan, marido de Agatha Christie, la recordarían como inflexible, exigente y autoritaria en este cometido. No había lugar a la negociación o el regateo. Por ello Mallowan escribió en sus memorias que "ninguna tigresa hubiera salvaguardado los derechos de Irak como lo hizo ella". "Soy más ciudadana de Bagdad que muchos nacidos en Bagdad, Y apostaría que ningún bagdadí se preocupa más, o la mitad, por la belleza del río o de los jardines de palmeras, o se aferra más a los derechos de ciudadanía que he adquirido", escribió a su padre en una carta fechada el 30 de enero de 1922.

Dirigía las excavaciones y examinaba los hallazgos. A pesar de la oposición europea, insiste en que los tesoros encontrados se queden en su país de origen, asegurándose así que su museo se constituiría en una colección de antigüedades locales. Dicho museo abre sus puertas oficialmente en junio de 1926 y llegará a ser más tarde el museo nacional de Irak. Tras su muerte, su testamento permitiría la creación de la Escuela Británica de Arqueología de Irak.

Muerte

Gertrude Bell volvió brevemente a Gran Bretaña en 1925, se encontró frente a problemas familiares, y cayó enferma. La fortuna de su familia había declinado. Volvió a Irak, pero sufre una pleuresía. Cuando se recupera de ella, conoce la muerte de su hermano, de tifoidea. El 12 de julio de 1926 la descubren muerta en su casa de Bagdad, aparentemente de una sobredosis de somníferos. No se sabe si se trata de un accidente o de un suicidio.[3]​ Tuvo derecho a unos funerales grandiosos, en presencia del rey de Irak y contemplados por un gran número de personas. Reposa en el cementerio británico de Bagdad.[4]​ Nunca se casó y no tuvo hijos. Su trabajo ha sido citado como ejemplar en el parlamento británico y ha sido recompensada con la Orden del Imperio Británico.

Referencias

  1. S, Ana (10 de mayo de 2014). «Mujerícolas: El sufragismo como " amenaza a la familia". Las Sufragistas y Los/as Anti-Sufragistas». Mujerícolas. Consultado el 1 de marzo de 2018. 
  2. Alfred Werner Maurer : Mumbaqat 1977, Bericht über die von der Deutschen Orient-Gesellschaft mit Mitteln der Universität Saarbrücken unternommene Ausgrabung. Philologus Verlag, Bâle, 2007.
  3. Wallach (1999).
  4. Buchan (2003) ; Lukitz (2006).

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