Caciquismo (España)
Caciquismo es el nombre que recibió el entramado de relaciones sociales que definían la vida política durante los años de la Restauración borbónica.
El origen del término y su aplicación a la política en el siglo XIX
El término «cacique» procede de las comunidades taínas de las Antillas y designaba a las personas que tenían en ellas mayor preeminencia y por ello eran sus jefes. Los conquistadores españoles extendieron el término a todas las autoridades indígenas y los «caciques» se convirtieron en los intermediarios ante los nuevos «señores» llegados desde el otro lado del mar. El término se mantuvo, como ha señalado Carmelo Romero Salvador, para «poner de manifiesto la diferencia entre la autoridad del conquistador y las autoridades de los conquistados».[1] Precisamente, según José Varela Ortega, «el papel del cacique consistió en salvar la distancia que separaba a la población india de la administración colonial. Paralelamente, y en el otro extremo, su poder en la localidad se asentó en que sus buenas relaciones con la administración central le permitían servir, además de servirse, de la local».[2]
El término pasó a la península con un carácter peyorativo y el Diccionario de autoridades (1729) ya lo recoge. Definía «cacique» como «Señor de vasallos, ó el Superior en la Provincia o Pueblos de Indios», pero añadiendo que «por semejanza, se entiende el primero de un Pueblo o República, que tiene más mando y poder, y quiere por su soberbia hacerse temer y obedecer de todos los inferiores». Así comenzó a aplicarse a las personas que tenían excesiva influencia y poder en el seno de una comunidad.[3][4] Y también se extendió el término «cacicada», sinónimo de injusticia y atropello.[5]
En la edición de 1884 del Diccionario de la lengua de la Real Academia apareció con su significado actual en sus dos acepciones:
- Dominación o influencia del cacique de un pueblo o comarca.
- Intromisión abusiva de una persona o una autoridad en determinados asuntos, valiéndose de su poder o influencia.
Aunque, junto con el término «oligarquía», el término caciquismo ha sido utilizado sobre todo para caracterizar al régimen político de la Restauración, José Varela Ortega sitúa el nacimiento del sistema caciquil hacia 1845. «Antes de 1845… la influencia de la administración era menor que después. Dominaba la administración local frente a la central; notables locales, frente a caciques; terratenientes, frente a funcionarios. […] Después de 1845, centralización y distritos uninominales inauguran la época caciquil propiamente dicha de la injerencia de la administración y del funcionariado de partido, frente al notable local. […] El conde de San Luis hizo en 1850 lo que se llamaron “Cortes de familia” e inauguró la época de elecciones administrativas o de real orden. El Gobierno intervino activamente en las elecciones. Esto es, hubo “dirección” gubernamental, frente a las “influencia legítimas”, como llamaban en los años treinta a las de los notables».[6]
Partiendo de este hecho Varela Ortega subraya que «el caciquismo no fue invención de Cánovas. Durante la Restauración se repartió con más orden y acuerdo, ahí la diferencia. Pero desde los años cincuenta y, sobre todo, durante los sesenta y setenta [del siglo XIX], el gobierno también intervenía en las elecciones ocupando el lugar de un electorado ausente. Así mismo, las organizaciones de partido utilizaban la administración con fines partidistas igual que harán durante la Restauración».[6]
Carmelo Romero Salvador también ha advertido que el régimen político del reinado de Isabel II fue «oligárquico por ley ―que es la forma más definitoria y extrema de serlo―, como lo prueba que durante todo ese periodo estuvo vigente el sufragio censitario por el que solo los grandes propietarios, y en algunos momentos los medianos, tenían la capacidad de ser electores y elegibles. Y caciquil por práctica, dado que casi la totalidad de las veintidós elecciones celebradas las ganó el partido que las convocaba».[7] Manuel Suárez Cortina coincide con Varela Ortega y Romero Salvador cuando afirma que «las relaciones políticas clientelares ya estaban firmemente instaladas desde mediados del siglo XIX» en «la España isabelina» y añade que el Sexenio Democrático no las eliminó, periodo en el que tampoco ningún gobierno fue derrotado en las urnas. «Cuando se establece el sistema político de la Restauración, el desarrollo del clientelismo en España ya tiene un largo recorrido», ha concluido Suárez Cortina.[8]
Caciquismo en la Restauración
Aunque el término caciquismo se utilizó muy pronto para referirse al régimen político de la Restauración ―en las elecciones generales de 1891, ganadas como siempre por el gobierno que las convocaba, ya se habló de «la asquerosa llaga del caciquismo»―,[10] fue tras el «Desastre del 98» cuando su uso se generalizó. En el mismo año de 1898 el liberal Santiago Alba ya culpaba al «insufrible caciquismo» del Desastre.[11]
En 1901 el Ateneo de Madrid abrió una encuesta-debate sobre el régimen sociopolítico existente en España en la que participaron unos sesenta políticos e intelectuales. El informe sobre el que iba a girar la discusión fue redactado por el regeneracionista Joaquín Costa y llevaba por título «Oligarquía y caciquismo como la forma actual de Gobierno en España. Urgencia y modo de cambiarlo». En el mismo Costa afirmaba que en España «no hay Parlamento ni partidos, solo hay oligarquías», «una minoría sin otro interés que el personal de la misma minoría gobernante». Esa oligarquía, cuya «plana mayor» eran los «primates» (los políticos profesionales radicados en Madrid, el centro del poder), se sustentaba en una amplia red de «caciques de primer, segundo o tercer grado diseminados por todo el territorio». El enlace entre los grandes caciques ―los «primates»― y los caciques locales lo constituían los gobernadores civiles. Costa insistía en su informe en que «oligarquía y caciquismo» no eran casos excepcionales del sistema, sino que formaban «la regla, el Régimen mismo». Prácticamente todos los participantes en la encuesta-debate estuvieron de acuerdo con esta conclusión y su influencia llega hasta la actualidad. El «binomio de Costa, convertido en título de libros y manuales de historia, sigue siendo, más de un siglo después, el más utilizado para caracterizar la etapa restauracionista», ha señalado Carmelo Romero Salvador.[12]
Por ejemplo Jose María Jover en un conocido manual universitario muy utilizado en las décadas de 1960 y 1970 escribió lo siguiente sobre el régimen de la Restauración:[13]
Estamos, pues, en presencia de una realidad constitucional que no es ciertamente la prevista en el texto escrito de la Constitución. Realidad basada en dos instituciones de hecho. Por una parte, en la existencia de una oligarquía o minoría política dirigente, constituida por hombres de los dos partidos (ministros, senadores, diputados, gobernadores civiles, propietarios de periódicos…) y estrechamente conectada tanto por su extracción social como por sus relaciones familiares y sociales con los grupas sociales rectores (terratenientes, nobleza de la sangre, burguesía de negocias, etc.). Por otra parte, en una especie de supervivencia señorial en los medios rurales, en virtud de la cual algunas figuras del pueblo o de la aldea, destacadas por su poder económico, por su función administrativa, por su prestigio o por su "influencia" cerca de la oligarquía, controlan de manera directa extensos grupos humanos; a esta supervivencia señorial se llamará caciquismo. El “político" en Madrid; el "cacique" en cada comarca; el gobernador civil en la capital de cada provincia como enlace entre uno y otro, constituyen las tres piezas claves en el funcionamiento real del sistema.
El caciquismo era, además de un sistema de estructuración de la sociedad nada igualitario, una vía para poner en relación con el mundo urbano, donde se tomaban las decisiones políticas, con el rural, es decir, con la mayor parte del país. A través de las clientelas caciquiles llegaba hasta los lugares más recónditos de la geografía española algo parecido a la autoridad. A pesar de lo que pudiera parecer, la red caciquil no fue estática ni cerrada desde el primer momento, sino que es posible concebirla como un conglomerado dinámico, que poco a poco parece ir consolidándose en el tejido socio-político hasta hacer poco menos que imposible su desmembración a manos de los gobernantes que quisieron intentarlo. El «descuaje» de tan vilipendiados mecanismos vendría de fuera de sus límites, con la irrupción de formas políticas nuevas, y ni siquiera podemos estar seguros de que su desaparición no se produjera hasta la Guerra Civil, o incluso más tarde.
Funcionamiento
En general, se ha enfocado el problema del caciquismo como de carácter esencialmente político y predominantemente electoral. El cacique habría sido una pieza más en la estructura de la Administración centralizada: era el jefe local de uno de los partidos, eslabón en la cadena de una de las muchas clientelas que componían el sistema político. Como tal su misión consistía en la manipulación electoral tendiente a la consecución de unos resultados más o menos ficticios, muchas veces obtenidos por medios ilegales, favorables a su jefe de filas. La base de su poder no habría residido por tanto en su posición económica, sino en su control de los mecanismos administrativos; el cacique, tanto liberal como conservador, tiene en la localidad una influencia que deriva de su control sobre los actos de la Administración; ese control se ejerce en el sentido de imponer a la Administración actos antijurídicos; la inmunidad del cacique respecto a los Gobiernos deriva del hecho de que él es el jefe local de su partido, siendo los gobernantes también jefes nacionales de facciones del mismo o de otro partido o facción, necesitados todos de la lenidad gubernamental para perdurar como tales partidos o facciones. Ese dominio de los mecanismos administrativos habría permitido al cacique la creación y el mantenimiento de un patronazgo, posible gracias a la distribución discriminatoria de favores que beneficiaba a sus fieles.
Las elecciones en España estuvieron marcadas por el fraude, que por sí mismo tenía la suficiente importancia como para haberse constituido en la encarnación misma del sistema político. Unos mecanismos fraudulentos que empezaban por la manipulación del censo electoral, en el que aparecían enfermos, difuntos e individuos desconocidos, cuyos votos eran aprovechados por quien demostraba mayor habilidad en la suplantación y la duplicación de sufragios.
Desde luego, la letra de las leyes no se correspondía con las prácticas políticas, y menos con las electorales. Se ha relatado con frecuencia el proceso de preparación de las elecciones. Este comenzaba con el «encasillado», operación mediante la cual el Ministerio de la Gobernación rellenaba las «casillas» correspondientes a los distritos con los nombres de los candidatos que el Gobierno estaba dispuesto a proteger. Estos candidatos podían ser del partido en el poder (aquel que ha conseguido el decreto de disolución de las Cortes y organizaba las elecciones para fabricarse una mayoría) o de la oposición. Porque el encasillado no era simplemente una orden gubernamental, sino el resultado de arduas negociaciones entre las diferentes fuerzas políticas. De hecho, en el mismo partido que controlaba el Consejo de Ministros solían existir distintas tendencias, representadas por los jefes de filas de diversas clientelas, los cuales exigían un número u otro de escaños parlamentarios dependiendo de sus fuerzas. La descomposición de las dos formaciones dinásticas en el reinado de Alfonso XIII aumentó la cantidad de líderes y dificultó el encasillado.
Tras este tramo del encasillado, que se llevaba a cabo en Madrid, las negociaciones continuaban a nivel local, por medio del representante del poder central en cada provincia, el gobernador civil. El gobernador buscaba el acuerdo con los caciques de su marco de competencia, para conseguir ajustar los resultados de éste a los deseos del Ministerio. Los caciques, que controlaban los diferentes cargos importantes (en los ayuntamientos, juzgados, etcétera), actuaban de acuerdo a su influencia, y a menudo imponían su voluntad al representante gubernamental. Lo normal era que los consistorios municipales y los jueces de la oposición dimitieran en favor de los oficialistas, pero la autoridad podía verse obligada a suspender en sus puestos a quienes no lo hicieran voluntariamente. Más adelante, al ser más difícil llevar a cabo estas falsificaciones, algunos caciques llegaron a inscribir a los muertos del cementerio local.
El fenómeno caciquil se ilustra perfectamente con la anécdota del cacique de Motril, en la provincia de Granada. Cuando llegó el resultado de las elecciones, se lo llevaron al Casino del pueblo. Lo ojeó y, ante los expectantes correligionarios que lo rodeaban, pronunció las siguientes palabras:
Nosotros, los liberales, estábamos convencidos de que ganaríamos las elecciones. Sin embargo, la voluntad de Dios ha sido otra. Al parecer, hemos sido nosotros, los conservadores, quienes hemos ganado las elecciones.
La crisis del sistema
Durante el reinado de Alfonso XIII el sistema político y social que el caciquismo representaba fue motivo de escándalo para muchos. Pero las relaciones de poder descritas duraron hasta por lo menos los comienzos de la cuarta década del siglo XX. Ante la desmovilización popular y una oposición que no conseguía articular auténticos movimientos de masas en el país, la red caciquil continuó funcionando sin que los intentos por acabar con ella tuvieran éxito. La efectiva democratización no llegaría hasta 1931, cuando la República, que para muchos encarnaba la libertad y la democracia en sentido auténtico, tendría que enfrentarse con obstáculos que impidieron la implantación duradera de un régimen representativo en España.
Hubo momentos en que parecía que la opinión pública iba en efecto a romper el círculo político oligárquico, como cuando se implantó el sufragio universal masculino (1890), en la crisis colonial (1898) o en la última etapa del período, cuando se descomponían los partidos del turno, pero todas las esperanzas quedaron defraudadas. La impotencia que sentían los que deseaban un cambio político sustancial explica parcialmente la aceptación del golpe de Estado del general Primo de Rivera, en cuyo programa figuraban de forma preferente el fin de la vieja política y la regeneración del país. Los objetivos que la dictadura declaraba incluían la simple sustitución de la minúscula política de la etapa caciquil, reducida al servicio de las clientelas, por la «auténtica» política. Se concebía la labor del dictador casi como la de un mesías que milagrosamente iba a sacar al Estado de su postración. Sin embargo, las medidas contra el caciquismo que aplicó el nuevo régimen tuvieron una corta duración temporal: se suspendieron ayuntamientos y diputaciones, y se sometió a estas instituciones a la fiscalización de las autoridades militares de cada provincia primero y de delegados gubernativos enviados al efecto después. Estos delegados acabaron en muchos casos convirtiéndose en los sustitutos de los caciques, o vieron imposibilitada su labor regeneradora por la acción de los jueces, que como sabemos formaban parte de las redes caciquiles.
La proclamación de la República y las transformaciones de orden democrático que llevó anejas quedaron reflejadas en aspectos como la participación plena de tendencias políticas hasta entonces marginadas como los partidos republicanos y el socialismo, y el establecimiento de una legislación electoral más justa y participativa. Ello condujo en algunas zonas a la crisis definitiva del sistema caciquil, pero en otras este método de dominación secular conservó toda su fuerza al pervivir los fuertes lazos de influencia personal que eran su garantía. Por otro lado, las instancias tradicionales del poder en el ámbito agrario comenzaron a organizarse en defensa de sus intereses a través de partidos capaces de competir en la nueva situación. Así surgieron nuevas fuerzas políticas de talante conservador como los agrarios; otras sufrieron un significativo proceso de moderación como el radicalismo, y también se formaron importantes partidos de masas, como la CEDA.
Véase también
- Wikcionario tiene definiciones y otra información sobre caciquismo.
- Resultados de las elecciones durante la Restauración borbónica en España
- Restauración borbónica en España
- Regeneracionismo
- Fraude electoral
- Pucherazo
- Clientelismo político
Notas
- ↑ Romero Salvador, 2021, p. 17-18. «Situados en ese escalón jerárquicamente intermedio entre los señores y los componentes de las tribus, los caciques resultaban, más que útiles, obligados para los sobrevenidos conquistadores».
- ↑ Varela Ortega, 2001, p. 410. «
- ↑ Romero Salvador, 2021, p. 18-19.
- ↑ Varela Ortega, 2001, p. 409-410.
- ↑ Romero Salvador, 2021, p. 20.
- ↑ a b Varela Ortega, 2001, p. 465-466.
- ↑ Romero Salvador, 2021, p. 24-25. «Fue, precisamente, una forma determinada de utilizar el caciquismo electoral durante este periodo [isabelino] la que robusteció el militarismo. Aspirando cada uno de los partido ―Moderado y Progresista― a monopolizar el poder y sabiendo que quien lo tenía ganaba las elecciones, la única opción del otro partido era, vedada la vía de las urnas, la de un pronunciamiento militar que resultase triunfante, le llevase al Gobierno y desde él convocar elecciones que, indefectiblemente, ganaría».
- ↑ Suárez Cortina, 2006, p. 96-97. «Sagasta [en el Sexenio] pudo desarrollar prácticas caciquiles con la misma impunidad que antes lo había hecho Posada Herrera o que más tarde desarrollaría Romero Robledo».
- ↑ «Explicación del mapa (por si no se parecen los caciques) Alava: Urquijo, Albacete: Ochando, Alicante: Capdepón, Almería: Navarro Rodrigo, Ávila: Silvela. Badajoz: Gálvez Holguín (Leopoldo Gálvez Hoguín en Congreso). Baleares: Maura. Barcelona: Comillas. Burgos: Liniers. Cáceres: Camisón (Laureano García Camisón en Congreso). Cádiz: Auñón. Canarias: León y Castillo. Castellón: Tetuán. Ciudad Real: Nieto. Córdoba: Vega Armijo. Coruña: Linares Rivas. Cuenca: Romero Girón. Gerona: Llorens. Granada: Aguilera. Guadalajara: Romanones. Guipúzcoa: Sánchez Toca. Huelva: Monleón. Huesca: Castelar. Jaén: Almenas. León: Gullón. Lérida: Duque de Denia (Luis León y Catacumber en Senado). Logroño: Salvador (Amós Salvador en RAH, Miguel Salvador en RAH). Lugo: Quiroga Ballesteros. Madrid: La bola de Gobernación. Málaga: Romero Robledo. Murcia: García Alix. Navarra: Mella. Orense: Bugallal. Oviedo: Pidal. Palencia: Barrio y Mier. Pontevedra: Elduayen. Salamanca: Tamames. Santander: Eguillor (Manuel Eguillor en Senado). Segovia: Oñate (José Oñate y Ruiz en Senado, otros del mismo apellido en Congreso). Sevilla: Ramos Calderón (Antonio Ramos Calderón en Congreso). Soria: Vizconde de los Asilos (Eduardo Santa Ana y Rodríguez-Camaleño en Senado). Tarragona: Bosch y Fustegueras. Teruel: Castel. Toledo: Cordovés (Gumersindo Díaz Cordovés en Senado). Valencia: Jimeno. Valladolid: Gamazo. Vizcaya: Martínez Rivas (José María Martínez de las Rivas en Auñamendi). Zamora: Requejo. Zaragoza: Castellano.»
- ↑ Dardé, 1996, p. 84.
- ↑ Varela Ortega, 2001, p. 409.
- ↑ Romero Salvador, 2021, p. 20-22.
- ↑ Jover, José María (1972) [1963]. «Edad Contemporánea». En Antonio Ubieto; Juan Reglá; José María Jover y Calos Seco, ed. Introducción a la Historia de España. Depósito legal: B. 48447/72 (9ª edición). Bacelona: Teide. pp. 731-732.
Bibliografía
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- Romero Salvador, Carmelo (2021). Caciques y caciquismo en España (1834-2020). Prólogo de Ramón Villares. Madrid: Los Libros de la Catarata. ISBN 978-84-1352-212-8.
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- Varela Ortega, José, El poder de la influencia: geografía del caciquismo en España: (1875-1923), Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001. ISBN 84-259-1152-4
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