Madame Stael-Holstein (Juicios)
STAEL-HOLSTEIN, (madame la Baronesa de) [1]
Esta era una mujer de un gran talento, de mucho espíritu, muy distinguida; sus obras permanecerán. Tenía una gran ambición, y tan intrigante, tan sediciosa, que dio lugar a que se dijese de ella, que era capaz de arrojar a sus amigos al mar a fin de poderlos salvar, al momento que estuviesen a punto de ahogarse. No merecía que se le llamase una mujer mala; pero se podía decir que era turbulenta, y que tenia mucha influencia. Habiendo llegado madame de Stael a tener conocimiento conmigo, cuando era General en Jefe del ejército de Italia, usaba hasta la importunidad del privilegio que tenia para ser admitida en mi casa. Queriendo hacérselo conocer un día, me excusé diciendo que apenas estaba vestido, a lo que ella respondió con sentimiento y vivacidad, que esto importaba poco.... que el genio no tenía sexo.... Esta dama determinada a luchar conmigo, me interrogó en medio de una gran concurrencia, cual era a mi parecer, la primer mujer del mundo, muerta o viva? La que ha tenido mas hijos, le respondí yo. Turbada un poco en el momento, procuró serenarse, observándome que yo tenía opinión de amar poco a las mujeres. Perdonad, señora, la volví a contestar, demasiado amo a la mía. Hubiera podido poner el colmo al entusiasmo de la Corina genovesa; pero temia sus infidelidades políticas, y su intemperancia de celebridad. No obstante la heroína había tenido bastantes pretensiones, y se había visto bien desairada para no ser una enemiga exaltada. Cuando se celebró el concordato, contra el cual madame de Stael estaba furiosa, reunió contra mí inmediatamente a los aristócratas y republicanos. No teneis sino un momento, les decía a gritos: mañana el tirano tendrá cuarenta mil sacerdotes a su servicio. Finalmente, habiendo abusado hasta el extremo de la paciencia, la desterré. El lugar de su residencia se convirtió entonces en un verdadero arsenal contra mí; se venia a allí para hacerle armar de caballero. Se ocupaba en suscitarme enemigos, y ella misma me combatía. Esto no era otra cosa que Armida y Clorinda. Durante el imperio quiso ser dama de palacio; aquí era preciso decir sin duda sí, o no; pero el medio para tener tranquila a Madame Stael en un Palacio....! Seguramente esta era una familia bien singlar! Su padre, su madre y ella, los tres de rodillas, en constante adoración los unos de los otros, perfumándose con inciensos recíprocos para la mejor edificación y engaño del público. Madame de Stael, no obstante puede vanagloriarse de haber sobrepasado a sus nobles ascendientes, cuando osó escribir que sus sentimientos por su padre eran tales, que había llegado a estar celosa de su madre.... Era violenta en sus pasiones, furiosa, iracunda en sus expresiones. Mirad lo que leía la policía cuando se la vigilaba. Estoy lejos de vos, escribía ella probablemente a su marido. Venid al instante, yo lo mando, yo lo quiero, estoy de rodillas.... os suplico.... en mi mano hay un puñal; si trepidáis, me asesino.... me doy la muerte, y vos solo seréis el culpable de mi destrucción. L. C. — O.
- ↑ Era hija de Mr. de Necker, Ministro de Hacienda en tiempo de Luis XVI y se casó en 1786, con el Barón de Stael, Embajador de Suecia en Francia. Se dijo que Mr. Pitt había pedido su mano en 1792. Madame de Stael dejo la Francia y se retiró a Suiza; habiendo vuelto a su patria, fue desterrada otra vez por el Directorio; volvió a París poco tiempo después, y fue obligada a salir por tercera vez, 18 brumario. Habiendo vuelto a entrar en 1797, se relacionó con Mr. Benjamin Constant, entonces Tribuno. Con la pérdida de su marido acaecida en 1802, madame de Stael tuvo que sufrir aun el año siguiente las desgracias del destierro. Vuelta a casarse en 1810 con Mr. Rocca, Oficial Francés, viajó con él por Italia, Alemania, la Rusia; la Suecia, la Inglaterra, y reapareció en Francia cuando la restauración. Después de haber salido desterrada voluntariamente el 20 de marzo de 1815, volvió a París aprovechándose de la ordenanza del 15 de septiembre del mismo año. Madame de Stael nació en 1766, y murió en 1817, dejando un gran número de obras justamente apreciadas, entre las que sobresalen las que tratan de La literatura, Corina o la Italia, Delfina, de la Alemania, Consideraciones sobre la revolución francesa.